20100412

Renaixença

Sin querer te llevaste hasta las malas palabras que escribía.
Y yo solo pienso en como reaccionarías ante ridiculas situaciones que rigen mi vida ahora. Imagino los cafeses solos que te tomarías y las anécdotas imaginarias que contaríamos. Ya no hago fotos, ni leo, ni escribo. Es como si me hubieses robado el sentido. Y en momentos como estos pienso y me convezco de que cuando acabe todo este caos empezaré de nuevo a ser lo que era. Pero frustradamente, creo que esa hora nunca llegará. En mi fondo muy fondo, fríamente conozco todos los pasos que voy a dar, en cada momento. Por lo tanto, este también es sabido.
A ver si aparece algo que me atolondre tanto como para que me empuje a decir chorradas de nuevo. Y así dejar de usar los mismos temas de siempre, que ya se sienten bastante manoseados. Aunque desgraciadamente, éstos son los que me han conformado. Pobre de mí.

20090922

Alicia sin ciudad.

Noches en blanco satén. Llegan las lluvias, el frío. El asfalto nos amarra.
Como Alicia sin ciudad. Alicia encadenada. Ducha, relámpagos y me meto en la cama.
Durmiendo con fantasmas, resulta conmovedor sentirse desabrigada.
Y llega la mañana, desaliñada, pálida. Se encuentra cálida en la distancia; me despierto aturdida y se que ella está allí. Para salvarme el pie derecho, para salvarme la caída enmarañada. Huele a tostadas y todo se torna azul. Mi vista azul, la pared azul.
El cercanías se retrasa y los edificios agigantan. La misma duda de siempre,
¿qué hace ahí esa ventana? El banco rojo. El bolso repleto, aunque no por eso las pequeñas cosas pierden autoestima. Bono caducado y llueve en la ciudad.
El móvil no suena. Perfume o carmín, mejor que nada. Se sienten los abrazos de los que van
y la nostalgia de los que llegan. Aunque no me toque a mi.
No hay tortugas en Atocha, pero tu pelo y tu piel no me abandonan. Estás delgado
y tatuado, a mi no me importa, porque llamas y hablas, dialogas y dramatizas.
Estás ante la nada. Noches en blanco satén. Alicia sin ciudad. Durmiendo con fantasmas.

20090907

La Bonoloto.

No tuve mucho tiempo para catar las playas de Portugal, aunque fue fructífero. La gente de la radio ya no hablaba en mi idioma y eso me extrañó. Más de lo que a una niña de pocos años le puede llegar a extrañar. Cabo Gata fue tranquilo y novedoso. Pero Mazarrón se hizo más intenso. Y llegó París, con su romanticismo moribundo y aburrido, oliendo a cafe au lait y diversión. La segunda vez que me presenté allí descubrí el que fuera mi lugar favorito de la ciudad. Esquivé el miedo a las alturas, la torpeza de hablar con pronunciación y los franceses cambiaron de gabachos a ser mucho más atractivos. Esto hizo que el regreso a casa fuera mucho más triste. Aunque viajar en coche lo solucionó de forma simple. El norte me relajaba. Lo sigue haciendo. Siempre es un placer bañarse entre la montaña y la playa, aunque muy a pesar este último me de auténtico pavor. Enajenación mental transitoria de morir ahogada o algo así. Praga olía a tilos. Córdoba demasiado calurosa y Budapest pasó de forma rápida. Una especie de síntesis entre cansancio y liberación. Ahora esa síntesis da pie a un sentimiento más que ruso, casi invasor. Así que llegaron los amigos y la ansia de salir corriendo para conocer cosas nuevas. Ya lo dijo Wilde, no soy tan jóven como para saberlo todo. Haciendo uso del dicho que se mezclaba con unas ganas irrefrenables de cambio, partí a la capital inglesa. Londres es ahora mi nuevo amor platónico. Después de reflexionar todo esto llego a la conclusión, casi un psicoanálisis, de que me atrae esta ciudad por ser tan parecida a mi. Reblede y ostentosa según miradas ajenas, aunque luego por dentro sea bastante, humana. Caro el vicio y barata la vaguería. ¿Qué más se puede pedir? Un rubio de 1.90 que le de un empujón a tu ego o algún compatriota que resulte igual de agradable. En cualquier caso, ya tengo pensado en qué me gastaría todo el dinero si me tocara la bonoloto.

20090827

Mind the gap

No estaba preparada. Llevaba una carrera en las medias y el pelo alborotado. Hacia frío. Más del que yo creí que fuera a hacer. Salí disparada al metro, pero Russell Square estaba paralizado. ¿Problemas técnicos? ¿Algun accidente?. Tenía tanta prisa que no me paré a pensar la razón por la que la línea que me pillaba al lado de casa estuviera cerrada. Corrí como pude, bajando por el British Museum y topándome con más de un paquistaní que hacía guardia. La calle estaba abarrotada. Puede que fuera irreal, puede que por la histeria que me poseía creyera ver más gente de la que realmente había. Llegaba tarde, muy tarde. Y estaba tan nerviosa que me costaba hablar. Me quedé en blanco. No salían palabras de mi boca, ni siquiera sonidos, nada con lo que poder pedir la más mínima ayuda.
Paré. No se en qué justo momento decidí hacerlo. Estaba cansada, jadeaba y el corazón iba a salirseme de las entrañas. El vestido y la chupa ya me daban un excesivo calor.
Esperé un par de segundos a recuperarme, aunque no del todo, para poder pensar algo. Quizás un autobús que me llevara a mi destino, un atajo, incluso un taxi me sería muy útil. ¿Dónde coño se metieron todos los taxis a esa hora?. Me sequé el sudor de la frente, era leve, pero me empapó el pelo y me sentó fatal. Fue una de esas cosas, que aunque insignificantes, te molestan. Mucho. Más de lo que uno puede llegar a imaginar.
Definitivamente no iba a llegar puntual. Odiaba no serlo. De veras. Incluso tuve que dejar de llevar reloj por ello. Se convirtió en una obsesión. Aquel día el tiempo y las circustancias me fallaban. Y no se que motivos les habría dado para que me dejaran ante tal situación. Pregunté, cuando ya volví a ser racional, cuando volví a ser yo. Y tomé el bus. Una pequeña tregua me no me vino nada mal para maldecir, y acordarme de las putas medias, el puto calor que hacia y la puta hora a la que llegaría. Me estaba agobiando. La gente me miraba preguntándose el por qué de mi estado. Seguramente estuviera alucinando. Habían pasado 10 minutos desde que salí de casa y tenía la impresión de que después de todo el accidentado recorrido, no me había desplazado ni un ápice. Me bajé. Me equivoqué. No era mi parada. Pero la ciudad me arropaba. No había rastro que diera fe de la presencia del sol en algún momento del dia. Solo nubes. Grises. Intensas.
La puerta del Soho yacía frente a mí. Tan grande, tan roja e intimidante. Se oía parlotear y caminar a la gente, aunque no me percatara mucho de ello e hiciera oídos sordos. Así que seguí corriendo. Nunca me ha gustado correr. ¿Pero qué otra cosa iba a hacer? No me quedaría parada de nuevo, pensando o contemplando las posibilidades que tenía ante tal serie de desdichas. Tampoco iba a darme un tranquilo paseo. Mi ánimo no estaba para bromas. Estaba cabreada. Todo me daba rabia, fuera lo que fuese. Solo deseaba llegar.

Y lo conseguí, aunque cansada y atiborrada de malos deseos.