20090827

Mind the gap

No estaba preparada. Llevaba una carrera en las medias y el pelo alborotado. Hacia frío. Más del que yo creí que fuera a hacer. Salí disparada al metro, pero Russell Square estaba paralizado. ¿Problemas técnicos? ¿Algun accidente?. Tenía tanta prisa que no me paré a pensar la razón por la que la línea que me pillaba al lado de casa estuviera cerrada. Corrí como pude, bajando por el British Museum y topándome con más de un paquistaní que hacía guardia. La calle estaba abarrotada. Puede que fuera irreal, puede que por la histeria que me poseía creyera ver más gente de la que realmente había. Llegaba tarde, muy tarde. Y estaba tan nerviosa que me costaba hablar. Me quedé en blanco. No salían palabras de mi boca, ni siquiera sonidos, nada con lo que poder pedir la más mínima ayuda.
Paré. No se en qué justo momento decidí hacerlo. Estaba cansada, jadeaba y el corazón iba a salirseme de las entrañas. El vestido y la chupa ya me daban un excesivo calor.
Esperé un par de segundos a recuperarme, aunque no del todo, para poder pensar algo. Quizás un autobús que me llevara a mi destino, un atajo, incluso un taxi me sería muy útil. ¿Dónde coño se metieron todos los taxis a esa hora?. Me sequé el sudor de la frente, era leve, pero me empapó el pelo y me sentó fatal. Fue una de esas cosas, que aunque insignificantes, te molestan. Mucho. Más de lo que uno puede llegar a imaginar.
Definitivamente no iba a llegar puntual. Odiaba no serlo. De veras. Incluso tuve que dejar de llevar reloj por ello. Se convirtió en una obsesión. Aquel día el tiempo y las circustancias me fallaban. Y no se que motivos les habría dado para que me dejaran ante tal situación. Pregunté, cuando ya volví a ser racional, cuando volví a ser yo. Y tomé el bus. Una pequeña tregua me no me vino nada mal para maldecir, y acordarme de las putas medias, el puto calor que hacia y la puta hora a la que llegaría. Me estaba agobiando. La gente me miraba preguntándose el por qué de mi estado. Seguramente estuviera alucinando. Habían pasado 10 minutos desde que salí de casa y tenía la impresión de que después de todo el accidentado recorrido, no me había desplazado ni un ápice. Me bajé. Me equivoqué. No era mi parada. Pero la ciudad me arropaba. No había rastro que diera fe de la presencia del sol en algún momento del dia. Solo nubes. Grises. Intensas.
La puerta del Soho yacía frente a mí. Tan grande, tan roja e intimidante. Se oía parlotear y caminar a la gente, aunque no me percatara mucho de ello e hiciera oídos sordos. Así que seguí corriendo. Nunca me ha gustado correr. ¿Pero qué otra cosa iba a hacer? No me quedaría parada de nuevo, pensando o contemplando las posibilidades que tenía ante tal serie de desdichas. Tampoco iba a darme un tranquilo paseo. Mi ánimo no estaba para bromas. Estaba cabreada. Todo me daba rabia, fuera lo que fuese. Solo deseaba llegar.

Y lo conseguí, aunque cansada y atiborrada de malos deseos.

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